BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




miércoles, 29 de enero de 2014

BREEZY (Primavera en otoño)


Clint Eastwood posa sus brazos de cineasta emergente en una baranda. Los actores de la película que está rodando (Breezy, aquí llamada Primavera en otoño) pasan a su lado como parte de una secuencia que dibuja sutilmente las señas de una relación amorosa de dos personajes antitéticos pero que son capaces de encontrarse el uno en el otro.  Los actores son un crepuscular William Holden y una jovencísima Kay Lenz de la que luego apenas tuvimos noticias relevantes. Clint Eastwood había debutado como director en 1971 con la sugestiva Play Misty for me (aquí Escalofrío en la noche) a la que siguió Infierno de cobardes, western indudablemente audaz, deudor aún de la imaginería propia de Leone. El gran cineasta ya estaba presente en el arranque de su filmografía. La crítica falsamente progresista no supo verlo ni valorarlo, más bien lo despreció con reseñas hirientes como las de la influyente Pauline Kael que cargó bien las tintas contra el facineroso y nixoniano sosia del inspector Callahan cuyas andanzas había firmado con maestría innegable el gran Don Siegel en una primera entrega memorable. 



La búsqueda autoral de Eastwood de aquellos años no encuentra mejor ejemplo que el de Primavera en otoño, recién editada en DVD con libreto explicativo de Quim Casas. Reconforta hallar reseñas en la actualidad que sitúan la cinta escrita por Jo Heims en el lugar de privilegio que Eastwood siempre le otorgó en sucesivas entrevistas. Película de sentimientos, audaz, moderna, como si Eastwood se encomendara a los modos de Eric Rohmer erigiéndose en un curioso epígono de la Nouvelle Vague y adentrándose en unos espacios absolutamente inéditos e inesperados, sin importarle las críticas ni el esperado fracaso comercial. La libertad creativa por encima de todo, la misma que alimentaría El aventurero de medianoche, Bird o Cazador blanco, corazón negro. Tavernier y Coursodon en el indispensable 50 años de Cine Norteamericano destacaron la sutilidad del filme de Eastwood, la simplicidad tonal, la naturalidad narrativa, marcas del dueño de Malpaso. 

En Breezy está expuesto de forma superficial el mundo hippie pero más allá de esa coyuntura Eastwood retrata a dos personajes que se encuentran, que se aman, que se buscan más allá de las diferencias sociales. Y todo está captado, relatado, con la madurez de un cineasta inquieto que ama su oficio y trata de explicarse a través de sus películas. De hecho Breezy es una de sus obras más personales. explicativa de sus miedos pero también autorretrato de quien en cierto modo se sentía incomprendido pese a su condición de icono de la industria. 

La cinefilia de Eastwood brilla en cada plano y casi nadie supo advertirlo. Tampoco lo advierte Patrick McGilligan en su biografía del actor y cineasta, tan apasionante como tendenciosa. Vista hoy Breezy asoma como una de sus grandes obras, mucho antes de que la crítica lo encumbrara con indudable dosis de oportunismo como el último cineasta clásico. 

lunes, 27 de enero de 2014

JOSÉ EMILIO PACHECO

Descubrí la poesía de José Emilio Pacheco en una recopilación editada por el Fondo de Cultura Económica en el año 2000. Con el título de Tarde o temprano se agrupaba su tentativa de poeta infinito, desde el latido inaugural de Los elementos de la noche hasta la última entrega titulada Siglo pasado. Después me asomé a los poemas que conformaban Como la lluvia con la que proseguía un viaje lírico que jamás desdeñó la ética del poema que se alimenta de viejas causas perdidas.

Al acallarse su voz algunos habrá que le citarán sin haberlo leído, sin tener ni siquiera un ejemplar de su obra entre sus libros. En la poesía abunda también la impostura de los poetas que no leen o cortan y pegan poemas que moran en Internet para compartirlos en Facebook, como si esto los convirtiera en lectores de poesía. Para estos y para muchos otros que serán mayoría la voz y el ejemplo de José Emilio Pacheco será tan invisible como la voz de otros muchos poetas, necesarios, intensos pero que ejercen su oficio al margen de las modas y de las masas e incluso de las inmensas minorías que en el caso de la poesía no son nada inmensas. 

Entre mis poetas de referencia hay siempre un sitio para José Emilio Pacheco, iluminándome, agrandándose en cada lectura, con la certeza de que hay poetas indispensables que trazan un camino e imprimen una huella en forma de verso abierto a la vida y al conocimiento. Al enterarme de su muerte me acordé de su poema "Los demasiados libros" que siempre me gusta citar porque el miedo expuesto por José Emilio Pacheco en este poema es mi mismo miedo, el miedo de todo lector y de todo hombre que sabe que las horas están contadas:

A cambio de la horas que no regresan
se acumulan los libros,
cajas de sueños, esperanzas, cóleras
que (es muy probable)
no leeremos nunca.

Por todas partes libros en desorden,
objetos de ansiedad, mudo reproche
de no haberlos abierto. 

Miedo a morirse
sin hojearlos siquiera.

Con qué cinismo,
con cuánta desvergüenza o qué locura,
después de todo esto nos ponemos 
a escribir otro libro. 

sábado, 4 de enero de 2014

MUD

Alguien me dice que Mud le pareció lenta y yo pienso en la velocidad que asedia cierto malsano e impostado cine contemporáneo. Y celebro esa lentitud de Mud, ese regusto a viejo cine, a clasicismo que recorre la película de Jeff Nichols donde uno puede celebrar presencias tan estimulantes como la del gran Sam Shepard.  

La América profunda, casi anacrónica, retratada por Nichols nos lleva también a la literatura de Mark Twain, a un modo de contar y de narrar que tiene mucho de relato mítico aferrado a los sones que marca la naturaleza. También el pasado y sus formas importa en la manera en la que se asientan ciertas emociones. 

Es imposible sentirse al margen de la poética que Nichols despliega en muchas secuencias de Mud. Quizá lo que el cineasta propone es una vuelta al origen, tal como expresó Carlos Losilla en su certera reseña de la película que publicó en la revista Caimán Cuadernos de Cine (nº 70, septiembre 2012). 

Mud es una historia de iniciación entre dos adolescentes y un prófugo que interpreta con indudable solvencia Matthew McConaughey quien parece haberse convertido en actor de un tiempo a esta parte. De alguna manera somos ese río de ficciones alumbradas por el que navegamos hacia parajes inciertos, con una serie de sentimientos encontrados, a la búsqueda de respuestas que batallan en medio del fragor de la vida. Y de fondo, moviendo los hilos, iluminando la senda cotidiana, siempre está el amor, como refugio, como esperanza, como utopía. Es la creencia en ese amor perdurable lo que moviliza al adolescente Ellis hacia Mud que dice haber infringido la ley por amor.  

Mud tiene algo de añejo western sureño y algo también de poema crepuscular, de ensoñación y pureza a punto de desgarrarse. El misterio está ahí, en las distintos modos en los que un relato se conforma, en los que un poema entona su sinfonía vital, la verdad que revela todo fingimiento, toda mascarada.