BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




jueves, 12 de junio de 2014

PRESENTANDO A RAQUEL LANSEROS



Al presentar esta tarde de junio a Raquel Lanseros no sólo estoy presentando a una poeta que admiro profundamente sino que se me agrupan numerosas sensaciones de este camino que en cierta manera hemos cruzado juntos, en la distancia pero casi tocándonos el uno al otro con la certeza de que compartíamos una forma de mirar el mundo, de contenerlo en la pupila abierta y cierta del verso que habitamos y extendemos. Todavía me acuerdo del primer deslumbramiento que me llegara con aquel Diario de un destello, anunciador y portador de un mundo lírico cargado de belleza e intensidad. Teníamos ya entonces amigos comunes como Antonio Marín Albalate o Tito Muñoz. De ese modo fuimos creciendo y encontrándonos sucesivamente allí donde la vida y el poema nos convocaba. Recuerdo lo hermoso que fue poder presentarla cuando le dieron aquí en Cádiz el premio Unicaja de poesía por aquel hermosísimo Los ojos de la niebla que multiplicaba los logros de sus anteriores tentativas líricas. En Los ojos de la niebla la poeta fijaba en la piel de los días una anhelante canción melancólica de poemas que unos a otros iban abrazándose hasta contener el prodigio de la verdadera poesía, aleccionadora, vital, humana como aquella que fulgía en los labios de Beatriz Orieta, maestra nacional. 

Aquella velada inolvidable, con el mar de Cádiz arropándonos, no detendría el curso de nuestra amistad a lo largo. En Barcelona volvimos a encontrarnos en la presentación del libro que dediqué a aquel quijote belga llamado Jacques Brel. Allí quedó una foto que de tiempo en tiempo me gusta contemplar, una foto en la que compartimos música de revelado con Joan Manuel Serrat, Tito Muñoz, Joan Isaac, mi editor Javier de Castro y un periodista histórico llamado Joan Armengol. Esa suma de encuentros prosiguió en Madrid donde Raquel presentó mi diccionario dedicado a Serrat y a Sabina fortaleciendo nuestra complicidad que tuvo en Cádiz otro punto de encuentro en un recital que dimos con Charo Troncoso en El Pay Pay. A ello sumar el generoso prólogo que me regaló para Al cerrar los ojos, mi segundo libro de poemas.

Toda esta suma de momentos compartidos viene a cuento porque es memoria vivida y sentida, la misma que arde en el poema, ese poema que tiembla cuando le damos cuerda, cuando lo fijamos al tiempo y a las tardes de lluvia otoñal, de música que acude a nuestro encuentro para convidarnos a ser latido y presencia, caricia y temblor. Uno se asoma al balcón abierto de Las pequeñas espinas son pequeñas y siente que vuelve aquella pregunta retórica que Antonio Machado le hizo a la propia poesía: “¿Eres la sed o el agua en mi camino? Dime; virgen esquiva y compañera”. 

La sed y el agua, la fuente trémula, el río soñado, la mar sonora, todo una misma cosa, una misma voz y un mismo eco que trasciende y nos trasciende. Lo dijo Lorca y Raquel lo sabe: “La grandeza de una poesía no depende de la magnitud del tema ni de sus proporciones ni sentimientos. Para Góngora una manzana podía ser tan intensa como el mar y una abeja tan sorprendente como un bosque. La cuestión estriba en situarse frente a la naturaleza con ojos penetrantes y admirar la idéntica belleza que tienen por igual todas las formas”. Esa es la mirada penetrante que Raquel Lanseros sitúa sobre todas las cosas y ese es el secreto del gran poema, de la gran poesía. Y en estas páginas la poeta nos muestra el repertorio de su madurez, le canta a la utopía, al paso del tiempo que araña los espejos, a la mujer que fue niña, a la que ahora canta firme y serena y también a esa otra mujer que vestirá de vejez sus ojos y sus labios cantores.

Como pasaba en Croniria o en Los ojos de la niebla todo en Las pequeñas espinas son pequeñas es emoción que desborda al lector, que le hace reconciliarse con la poesía que no desdeña la lírica tradicional, el ejemplo y lección del verso que pudiera cantarse. El título mismo del poemario me hizo pensar de inmediato en estos versos del Cancionero de Palacio:
Dentro del vergel
Moriré.
Dentro del rosal
Matar me han.
Yo me iba, mi madre,
Las rosas coger,
Hallará la muerte
Dentro del vergel.
Yo me iba mi madre
Las rosas cortar,
Hallará la muerte
Dentro del rosal.
Dentro del vergel
Moriré,
Dentro del rosal
Matar me han.
Breve rosa de pequeñas espinas, metáfora misma de la vida que huye como el viento. “Guardad en mi costado las palabras. Las que usé para amar, las que aprendí a lo largo del camino, las primeras que oí de labios de mi madre”. Canta Raquel su particular cançó de bressol y cantamos con ella. Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos no quiero ser labrador. La poeta se pregunta si sed o si agua pero el poeta sabemos que es ambas cosas y este libro es agua y es sed y es Raquel Lanseros derramándose en cada verso, mirándose en la luz de las ciudades habitadas, a ritmo de tango en “La eternidad se llama Buenos Aires” o yendo amorosa hacia la luz, hacia la eternidad misma del instante fugitivo sabedora que uno se marcha sin nada, ligero de equipaje como los hijos de la mar. “No me sirven las cosas/ todas me son ajenas/ Sé que voy a marcharme sin bolsillos”.  O acaso en el bolsillo haya de quemar la luz de un último verso, himno de claridad insurgente que llene de estrellas el cielo que nos envuelve.

“En la tarde, la niebla tiene forma de adiós”.  Sigue cantando Raquel como en otro tiempo las mujeres cantaban coplas mientras hacían las camas y a copla sabe esta otra estrofa: “En medio del andén, detenida en el tiempo, una mujer aprende que marcharse es una nueva forma de seguir estando siempre en el mismo lugar”. La rosa y la espina, el cónclave de mariposas, la mosca indolente sobre el muslo al sol que zumba machadiana por la corriente del verso infinito. El amor que pesa, el amor que duele, el amor que llega, toda la canción que cabe en el verso y toda la infancia que es patria perdida que nos llega en el poema “Villancico remoto” que recobra el musgo navideño a la manera de aquel otro poema memorable de Juan Luis Panero “Dicen que el musgo duele –sigue cantando Raquel- y acaso sea cierto pero en la infancia el frío todavía no existe”.

Y en este ahora, lejanos los sones de la infancia y expuestos a la intemperie, el poema es una forma de resistencia lírica y ética, de conocimiento, de esperanza, la mejor que quienes estamos aquí tenemos para afrontar la incierta amenaza que posee el futuro. Uno podría seguir dejando pistas y huellas en el camino sobre este maravilloso libro. Pero quien ejerce de presentador no debe excederse en su cometido. El presentador plúmbeo debiera ser una raza a extinguir. Sólo quiero insistir en la felicidad que tengo cada vez que me reencuentro con Raquel Lanseros, cada vez que la poesía nos convoca a la mesa como en esta tarde de junio.